Cuando los caminos de la vida nos llevan por senderos lejanos y distantes
los recuerdos nos vuelven a la memoria del tiempo
y nos abraza en las vivencias del ayer,
en las nostalgias que se quedaron dormidas junto al brasero,
en aquellas largas noches de invierno
apenas iluminadas por la luz de las velas
esperando el despertar de un nuevo amanecer
y de la primavera que tardaba en llegar.
Son los recuerdos y nostalgias de nuestra vieja casa de adobes,
con los mismos adobes de paja y barro
que fueron amasados y cortados allá en la mediagua,
acarreados a lomo de la cuyana,
la burra que aguardaba siempre paciente en el corral.
Un dormitorio dividido en dos,
los niños de un lado y las niñas del otro.
Luego del pasillo, la pieza de los viejos, colindante del negocio
lugar de venta del pan, los refrescos, los colegiales y dulces revolcados.
En el patio,
la empalizada de cañas y ramas
que albergaba los momentos de encuentro y del compartir la mesa,
sentados todos en dos sendas bancas,
una a cada lado.
Son los recuerdos de entonces,
las nostalgias que viven por siempre en nuestro sentir
en la memoria de nuestros padres y en el amor de hermanos que nos une en familia y en el vivir.