Primer Lugar Concurso Literario “Osvaldo Alhucema Zambra”
Prólogo
Por Esmildo Pastén
A través de este relato, quiero rendir un homenaje a mi pueblo querido de Andacollo y a su gente. A mis padres Pedro y Rosario, a mis hermanos y mi familia, a los amigos del barrio y de la población. Y por cierto, al gran andacollino de corazón como fue Osvaldo Alhucema Zambra, con quien compartí vivencias y recuerdos de nuestro pueblo en su modesta y acogedora casa de Santiago.
La historia de Don Simón está en la memoria de la tradición popular de los años setenta de la Población Obrera y que da cuenta de la misteriosa desaparición de este vecino que vivió en una casa frente al Club Deportivo Alianza. El cual estuvo desaparecido por varios días, sin que se tuviera noticias de su paradero. Al ser encontrado, contó que Una Sombra Negra se lo había llevado cuando pasaba de noche frente al cementerio en dirección a su trabajo.
Lo que en realidad pasó con la desaparición de este vecino, quedó en la intimidad y en el secreto del corazón de su verdadero protagonista. Lo que personalmente viví, fue ser testigo de la búsqueda por diferentes lugares del pueblo y de escuchar lo que los vecinos relataron acerca del testimonio de Don Simón y que hasta el día de hoy se repite en los que recuerdan aquellos sucesos.
Nombres y lugares de la realidad, reflejan el sentir por los recuerdos que viven en mi memoria. Nombres y lugares creados a partir del relato, reflejan un hecho folclórico que se transmite por tradición oral, cambiante y dinámico, pero siempre manteniendo la raíz del tema principal.
Finalmente, agradecer a la Biblioteca Nº 35 “Cirujano Videla” por esta hermosa iniciativa de rescate de la identidad de nuestro pueblo y que se expresa a través de sus costumbres y tradiciones, de sus personajes y sus vivencias, de sus historias y leyendas. Expresiones que viven en la memoria histórica de nuestra gente y que las nuevas y venideras generaciones deben conocer.
La Noche de San Bartolo
Es cerca de la medianoche y el día de San Bartolo en que la tradición popular cuenta que el diablo anda suelto, llega a su fin. Es una oscura, fría y helada noche de invierno, apenas iluminada por las estrellas que buscan abrirse paso entre la niebla y las nubes que cubren parcialmente el siempre azulado cielo de las noches andacollinas. En la Población Obrera 25 de Octubre, Don Simón, un viejo minero próximo a cumplir los 75 años de vida, se echa al hombro su lonchera y junto con ponerse la coipa de lana que le habían regalado para su santo, emprende el camino como todas las noches a su trabajo desde que es sereno en la Planta de la Mina Hermosa. Su única hija, que escuchaba en una vieja radio a tubos “Los Extraños de la Noche” quiso despedirse, pero cuando sale a la puerta de su casa, Don Simón ha doblado por la esquina de Cancha Carrera perdiéndose entre la oscuridad y la niebla, que arrastrándose por las calles del pueblo oscurece aún más la noche, cubriéndola con un manto de humedad y misterio. A lo lejos, sólo se escucha el lamento de los trapiches, que con sus dos grandes ruedas de fierro y cemento, pareciera que en la elocuencia del silencio y en la inmensidad de la noche, fueran moliendo las eternas esperanzas de los mineros.
Al tomar el callejón por el costado norte del cementerio, mientras se acomoda la coipa que le cubre toda su cabeza y el rostro, dejando al descubierto solo sus cansados ojos que buscan el camino en medio de la oscuridad, Don Simón no deja de pensar en lo que escuchó comentar durante todo el día, acerca del testimonio cierto de quien dijo haber visto la noche anterior a un hombre desconocido con dientes de oro comprando en la pulpería de la población. Si hasta su única hija confirmó el relato que había escuchado por la mañana y se lo había confidenciado cuando estaban sentados en la mesa a la hora de almuerzo. Y más tarde escucharía de labios de su conocida vecina y comadre “Ña María Flaca”, la mamá del Nene, joven viandero del barrio a quien conocía desde niño y que había tomado por ahijado en la pila bautismal de la Iglesia Parroquial por allá en los años sesenta.
En eso estaba, cuando justo al pasar frente a las rejas de entrada del cementerio, las campanas de la iglesia chica que anuncian la medianoche, rompen abruptamente su pensamiento, quién instintivamente mira hacia el interior del campo santo. Y por primera vez en sus largos años de minero, acostumbrado al rigor de la vida y a las soledades de la noche, siente un cierto temor que recorre todo su cuerpo. Algo extrañó sucedió entonces. Percibe que alguien camina detrás. Y al volver la vista, no alcanza a distinguir nada a causa de la oscuridad y de la neblina que todo lo cubre. “Son cosas mías no más”, se dijo para sí mismo y continuó su camino. Entonces, del viejo campanario de la iglesia chica se escucha la última campanada de la medianoche; vuelve el silencio, y sólo el resonar de los trapiches a lo lejos, acompañan el caminar de Don Simón.
No había iniciado aún el descenso de la bajada de doña Virtud- llamado así por estar próximo a la casa habitación de esta conocida vecina y que lleva al barrio de sanidad- cuando el andar del viejo minero se hace pesado como si fuera cuesta arriba. Por su mente vuelve a pasar el relato del hombre de los dientes de oro que vieron comprando en la pulpería y de las historias que se contaban de las apariciones del diablo en la noche de San Bartolo. Pero esta vez no sintió miedo; el coraje de los mineros, la experiencia de los años y el no creer en aquellas cosas, hizo que enfrentara la situación sin perder la calma. De repente se da cuenta que una GRAN SOMBRA NEGRA lo cubre por completo, en el intento por forcejear con esta misteriosa fuerza que lo envuelve, se le cae el bolso de la lonchera. No alcanza a emitir palabra alguna, cuando se le nubla la vista y pierde el conocimiento…
El amanecer del nuevo día, con sus tenues rayos de sol que florecen tras la cordillera, apenas entibiando las primeras horas de la mañana, junto a la niebla con sus largos brazos bajando por los cerros, darían cuenta de la misteriosa desaparición de Don Simón la noche anterior. Por todo el pueblo corrió rápidamente la noticia que venía de la población obrera: “Un viejo minero había desaparecido en la noche de San Bartolo, que a su lugar de trabajo no llegó, que a su casa por la mañana no regresó y que sólo su lonchera frente a las puertas del cementerio se encontró”.
El día transcurrió sin que Don Simón apareciera por lugar alguno; los primeros grupos de búsqueda que se habían formado entre familiares y vecinos, con la llegada de la noche, reunidos en la casa de Don Simón, no lograron tener noticias de su paradero y rendidos por el trajín de la búsqueda, guardaron energías para el día siguiente no sin antes comentar lo sucedido. Junto a la hija de Don Simón y entre los vecinos, se encontraba Ña María Flaca quien no dejaba de repetir, mientras se persignaba y sacaba de entre sus ropas un rosario con aroma a rosa mosqueta, que todo era obra del mismísimo diablo, toda vez que encendía un cigarrillo tras otro. No faltó quien recordara aquel hombre extraño comprando el día anterior en la pulpería de los Villanueva y de cómo los perros le ladraron furiosos. Y cuando en el brasero no quedaba más que cenizas y por las calles del pueblo la niebla nuevamente oscurecía aún más la noche, se retiran a dormir con el compromiso de reiniciar la búsqueda en cuanto amanezca.
En aquella modesta casa como todas las de la población obrera construidas de empalizadas y de ladrillos parados en los años cuarenta, solo queda la hija de Don Simón, quién a esas horas de la noche, recién coge entre sus manos la lonchera encontrada por la mañana frente a las puertas del cementerio como único testimonio de la desaparición de su progenitor. Y entre lágrimas y sollozos, abre el pequeño bolsón hecho en mezclilla por ella misma en la máquina de coser de mano que su madre le había dejado como recuerdo. Todo estaba tal como su padre había preparado la noche anterior, mientras ella arrimada al brasero, tejía y escuchaba la vieja radio a tubos donde cada noche las ondas de la radiotelefonía traían los radioteatros de historias y leyendas tan comentados cada mañana entre los vecinos. En el pequeño bolsón encuentra pan amasado de la amasandería de don Pedro, queso de cabra del rió comprado recién el día Sábado a Don Lucho en la feria de la plaza Videla, harina tostada de la Carmelita, té en hojas y unos cuantos pancitos de azúcar comprados en la pulpería la misma mañana que escuchó comentar acerca del misterioso hombre de los dientes de oro comprando cigarrillos en la víspera y que luego le contara a su padre a la hora de almuerzo.
Así transcurren los días sin que se tuviera noticias del paradero de Don Simón; ni rastros ni huellas que siguieran sus pasos; más y más gentes del pueblo se integraron a la búsqueda sin resultado alguno. Aunque más de alguien aseguró haberlo visto en dirección a Río Hurtado por el camino que va a la cuesta de las piedras; otros aseguraban haberlo visto bajarse de la Humilde, la conocida micro de Don Eleazar, en el sector del empalme de Coquimbo; como así mismo, no faltó quien dijo que se había ido con fulana de tal al norte grande. Sin embargo y pese a los rumores, cada día al final de la jornada en la sede del club deportivo Alianza, se coordinaban las acciones del día siguiente. No se dejó de revisar cata por cata de los sectores aledaños a la población, Casuto, Las Catanas, Limar, y más allá, hacia Tabla Lume, Los Negritos, por Chepiquilla, El Toro, Churrumata; por todos los faldeos de los cerros. Si hasta por debajo de las mesas del Taconazo, de la Colérica y del Cinco se buscó.
Ajeno a la conmoción que provocó en el pueblo su desaparición y la intensa búsqueda que se estaba desarrollando, para Don Simón el tiempo se había detenido en medio de aquella misteriosa sombra negra. Cuando recupera el conocimiento, a su alrededor sólo hay oscuridad y silencio; ya no escucha el resonar de los trapiches que venían de lejos y por las piedras que molestan su espalda, se da cuenta que está tendido en el suelo. Desorientado y sin saber donde se encuentra, apenas puede incorporarse hasta quedar de rodillas, por lo que busca para alumbrar aquel desconocido lugar, los fósforos que guarda en los bolsillos de su pantalón y que siempre lleva consigo para encender el fuego a la hora de la choca. Con dificultad enciende un fósforo y al momento, un suave soplo apaga la llama y nuevamente la oscuridad; no alcanza a observar nada. Vuelve a encender otro fósforo, nuevamente un suave soplo apaga la llama …Al rato, trata de encender otro fósforo, y de nuevo el soplo que apaga la llama. Esta vez quiso hablar, pero la voz y las palabras de su garganta no pudieron salir… El silencio abrumador y la oscuridad total de aquel lugar, despiertan al instante en su mente el recuerdo de la sombra negra que lo envolvió cuando iba de camino a su trabajo y una sensación de miedo, de soledad y abandono, se apodera de su espíritu. Ahora, enfrentado al miedo, a la oscuridad y al abandono, este viejo minero de mil caminos recorridos y que en otra época cuando joven, entraba a las noches eternas de las profundidades de minas y socavones, no recuerda haber vivido jamás semejante experiencia de encontrarse desvalido y abandonado a su suerte.
Si bien era un devoto de la Chinita del Rosario, nunca fue dado a las cosas de las supersticiones ni creencias de las historias que se contaban acerca de ciertas apariciones en las minas y socavones; de jinetes que cabalgaban junto a los arrieros por allá por la Jarilla y también por El Toro; de los bultos que acompañaban el caminar de los mineros hacia sus trabajos por las noches; de los entierros de oro en Churrumata y Altamira; de los llantos y lamentos de La LLorona vagando por los caminos en busca del hijo perdido; de los aullidos de los perros en las noches de luna llena; ni de todo aquello que se contaba que pasaba en la noche de San Juan, menos de lo que se decía de la noche de San Bartolo. Ahora, en medio del abandono y de la oscuridad, no podía menos que creer en aquellas historias y leyendas.
En la soledad de aquel lugar, entre el miedo y el frío, cierra los ojos buscando abrigo y compañía en los recuerdos que viven en su memoria. Son las voces del ayer que le hablan de su Andacollo querido, de las fiestas de la Virgen y de cuando le bailó en los chinos por la promesa que había echo al llegar desde el norte grande en medio de la crisis del salitre por allá por los años cuarenta; de cómo cavaron las catas y lavaron las tierras que antes eran cultivos para sacar oro; de lo hermoso que era la población con sus terrazas, sus juegos, su piscina, sus fiestas de la chaya en que los jóvenes se mojaban unos a los otros, la peluquería del chico Yoyo, del arriendo de bicicletas el día Domingo donde Don Armando…De las partidas en el estadio entre Alianza y Obrero y de los helados de leche y canela de Don Manuel “El Guatón Heladero”….del Patito Mauricio, que con sus dos grandes canastos, uno en cada brazo y pese a su dificultad para caminar, abastecía de frutas y verduras gran parte de la población… como no recordar a su gran amigo a quién le decían “ El Corazón de Melón “…y de las grandes ramadas de las fiestas patrias que recorrían la noche del dieciocho y después de llegar de la pampilla el día diecinueve de Septiembre. Su rostro se ilumina y hasta una sonrisa aflora en sus labios al recordar las cuecas donde Julio Julio, donde la familia Gómez y también donde la Mariquita… En su memoria vivía el recuerdo vivo del Charagüita, aquel extraño hombre que dicen que venía de Manganeso y que por las calles iba pidiendo pan y agüita seguido por una gran cantidad de niños, a quienes dispersaba arrojándoles piedras y luego pernoctaba en algún baldío lugar….
Así pasaron los días con sus noches. Don Simón, sin más compañía que el misterioso soplo, la soledad, el silencio y la oscuridad… el frío y el hambre… los recuerdos y las nostalgias… Había perdido la noción del tiempo. No sabía si era de día o de noche. Solamente el cerrar los ojos y dejarse llevar por los recuerdos y el sueño, hacía la diferencia de un nuevo despertar.
Fue así como al abrir los ojos después de un sueño, que ve una pequeña luz que entra con una suave claridad. Le cuesta creer que es verdad lo que está viendo, piensa que sólo es una ilusión más. Se arrastra por el suelo tratando de alcanzar aquella luz; sus fuerzas se reaniman con la esperanza de la vida que emana de aquella claridad. La Luz se hace cada vez más intensa. Cuando logra alcanzar la claridad total, descubre que está en lo alto de los Caletones, en la boca de una cueva, la misma que veía todos los días desde su casa y de la que se decía que habitaba el diablo; por lo que nadie se atrevía llegar a aquel lugar y entrar en sus profundidades.
Cómo bajar de aquel lugar, se preguntaba Don Simón. Si no hay caminos y las fuerzas ya no dan más…Ahí se quedó mirando el horizonte, su corazón estaba alegre de ver la claridad del día, pero con la incertidumbre de cómo dejar aquel lugar y volver a su casa. Contemplar el pueblo y su población, y los deseos de abrazar a su única hija, le devolvieron las ganas de vivir. Entonces comenzó a gritar una y otra vez. Y su voz frágil, encontró en el eco de los Caletones, la fuerza de ser oído por unos arrieros que llevaban leña al pueblo y que pasaban por el camino junto al huerto de los perales de Don Domingo al otro lado de la quebrada. Rápidamente dieron cuenta de aquel hombre que estaba en la cueva del diablo, sin saber que se trataba de aquel viejo minero que hacían cinco días que había desaparecido y que lo buscaban intensamente por todas partes.
Enterados de la noticia, gran cantidad de gente se traslada hacia el lugar, venían de todas partes de la población, cruzando rápidamente por el sector de Las Catanas llegan finalmente a los pies del imponente cerro y ante la imposibilidad de acceder directamente por lo escarpado del terreno y por la dificultad de cruzar la quebrada que aún lleva agua luego de las últimas lluvias y nevadas del invierno, algunos deciden subir el Cerro de la Cruz y desde allí llegar a la cueva.
Después de una hora de ascenso al Cerro de la Cruz por el camino que lleva a Chincolco y tan solo portando cordeles para el rescate, cinco son los vecinos que logran llegar hasta donde está Don Simón. No hay palabras, solo abrazos y sollozos… por lo que emprenden raudamente el camino de regreso a casa, turnándose cada cierto trecho para llevar a tota al amigo que tanto buscaron.
De vuelta a casa y en la quietud del hogar, Don Simón, una vez que se ha alimentado y con la emoción de la experiencia vivida, cuenta su historia una y otra vez a quien quiera escuchar. Son muchas las personas que por curiosidad llegan a oír el relato de este viejo minero de cómo una gran sombra negra lo envolvió y se lo llevó a la cueva del diablo en la parte más alta de los Caletones y de lo que al interior vivió en medio de la oscuridad. Si hasta la prensa regional destina algunas páginas para la Leyenda de la Sombra Negra de Andacollo, y unos cuantos turistas se aventuran a desafiar la noche frente al cementerio equipados con máquinas fotográficas para ver si se encuentran con la misteriosa sombra.
Han pasado algunos meses desde entonces y Don Simón ha vuelto a su trabajo de nochero en la Planta de la Mina Hermosa. Pero al igual que muchos como él, evitan pasar de noche frente a las puertas del cementerio y tomar la bajada que lleva al barrio de sanidad. Si hasta la enorme piedra a las afueras del cementerio frente al Quitapenas de la Margarita, llora la ausencia de los enamorados que cada noche iban a compartir sus secretos de amor. Es más, hasta los propios vecinos aledaños al campo santo parroquial temen salir de noche, incluso al patio de sus casas, por lo que cierran temprano puertas y ventanas.
Hoy cuando la oscuridad envuelve a la mágica noche tropical de Andacollo y la espesa niebla, cual fantasma recorre besando sus calles, a nuestra memoria se nos viene el recuerdo de la historia de la misteriosa sombra negra de la noche de San Bartolo. O cuando por la mañana la mirada se alza hacia lo alto de los Caletones y la niebla que baja y sube por sus peñascos, no se puede dejar de pensar que no tan solo viene para llevarse a uno de los hijos del pueblo, sino que quizá esté ocultando y ahogando el grito de auxilio de algún minero que se encuentra en las entrañas mismas de la cueva del diablo, sin más compañía que el soplo que no deja encender la llama de un fósforo…. del silencio…la oscuridad…el frío… el hambre… la soledad …y los recuerdos…