Si nos adentramos por los caminos de Chile, el campo, la ciudad, la montaña, los valles, las pampas, el desierto, la costa, las islas… nos encontraremos con una diversidad y multiplicidad de expresiones culturales que viven en el corazón de nuestro ser chileno y que nos han acompañado a lo largo de nuestra historia patria: son las costumbres y tradiciones de nuestro pueblo; lenguaje que nos habla de la riqueza de nuestra gente y que se expresa a través de la artesanía, la música, las palabras, el baile, las comidas, los rituales, las ceremonias, el vestuario, la vivienda, las historias, las leyendas, los mitos… y todo aquello que brota como experiencia de vida de una comunidad y lo incorpora como patrimonio cultural.
Así, en las alturas andinas del norte, viven en el corazón altiplánico las fiestas de carnavales, la limpieza de canales, los rituales de siembra, el floramiento de animales. Y también se come la calatanta y se bebe la pusitunca, se bailan huinos, taquiraris, trotes, y al final de la fiesta, resuenan las cacharpayas por los cerros y quebradas. Junto a los ruegos a la Pachamama, se bailan cuecas y cachimbos, mientras las centenarias Iglesias nos hunden en los misterios del sincretismo religioso y se desarrollan actos festivos-religiosos y sacramentales en honor de los Santos Patronos, con la presencia de los Sicuras en las zonas cordilleranas de Iquique o de los Catimbanos de San Pedro de Atacama.
Bajando a las pampas, junto a los fantasmas de las oficinas salitreras, nos encontramos con la devoción mariana. La fiesta Religiosa de la Virgen del Carmen de La Tirana, concentra la mayor manifestación de religiosidad popular vigente de todo el norte grande; peregrinos, devotos y cofradías de danzantes ofrecen todo su fervor en medio del sol abrazador de la pampa del Tamarugal.
Los caminos del desierto florido nos llevan por la región de Atacama, zona de gran riqueza minera, también de manifestaciones religiosas junto a la virgen de La Candelaria de Copiapó, centenaria peregrinación que reúne a devotos, bailes religiosos y peregrinos; ocasión para conocer el pajarete, un vino dulce de los valles de Huasco y Vallenar. Es un encuentro con el pasado y el primer ferrocarril y las historias de Chañarcillo y los yacimientos de plata.
Junto a los ríos Elqui, Limarí y Choapa, nos encontramos con una riqueza enorme de costumbres y tradiciones enraizadas en el sentir de nuestra gente. Junto a la devoción mariana más antigua de nuestro país, como lo es Andacollo y sus chinos que datan de 1585, esta zona nos entrega múltiples manifestaciones religiosas diseminadas en pequeños pueblos, villorrios y caseríos. Es en esta zona donde se alimentan con mayor fervor los mitos y leyendas de alicantos, de grandes vetas de oro jamás encontradas, de supersticiones, de creencias en castigos a la ambición desenfrenada, historias de apir y pirquineros. Es la tierra de las Lanchas y Danzas, tradiciones que aún viven en el valle del Choapa. Es la tierra del Cañaveral, danza que vive en la memoria histórica de nuestro folklore. También se desarrolla en estos lugares, una de las expresiones más populares que se viven en fiestas patrias, La Pampilla, tradición y costumbre que se manifiesta en cada pueblo de la región los días 19 y 20 de septiembre y que se define en el lenguaje popular, como un paseo familiar al aire libre para compartir el tradicional cabrito asado a la parrilla, amén de otras actividades propias de estas festividades.
En los valles centrales nos adentramos por los caminos que nos llevan al encuentro de ricas costumbres y tradiciones en las más diversas expresiones: dulces y tejidos de La Ligua; mariscales y sopas marineras en los puertos de Valparaíso y San Antonio; “chicha baya y curadora” junto a los dulces de Curacaví. Luego de Semana Santa, polvorientos caminos y asfaltadas calzadas, son testigos del paso de cientos de Cuasimodistas “corriendo a Cristo”, a caballo, carretelas, bicicletas o cualquier medio de transporte. Es en esta zona donde trinan los guitarrones y se escucha el cantar del poeta popular, del contrapunto, de la paya y de las décimas improvisadas. Los caminos de estas tierras nos llevan a las medialunas de Rodeos y de cantoras, de fiestas Huasas, de domas, juegos, pruebas ecuestres y de concurridas carreras a la chilena, junto al arte de la talabartería, de aperos, espuelas, estribos, sombreros y chupallas, de mantas y chamantos de las siempre vivas chamanteras de Doñihue. Es el encuentro con las zorreaduras, la caza del conejo y del estar atento por si “salta la liebre” en medio de la noche. Es el suelo de los buenos vinos, tinto y del otro, chacolí y pipeños; de generosas chupilcas, borgoñas, chichas, aguardientes y mistelas; de ricas cazuelas, humitas con chilena, pasteles de choclo en librillo de greda, tortillas al rescoldo o el rico pan amasado con chicharrones; perniles y arrollados, pebre y chancho en piedra sopeados, longanizas y estofados. Tierra generosa en relatos e historias de duendes, lagunas encantadas, aquelarres, hechizos y conjuros, leyendas de diablos y brujos, entierros y sortilegios en las noches de luna llena. Tierra de cuecas, tonadas, corridos y rancheras venidas del norte del continente, que, junto al pequén, al chapecao y el costillar, entre otros ritmos, forman parte de la tradición danzable y musical de esta zona. Los caminos de la artesanía es un mosaico de figuras e imágenes reflejadas en la variedad de objetos y materiales: madera, greda, piedra, cuero, vegetales, metales, lana, conchas marinas… que, por el arte de las manos y la inspiración del corazón, nos hablan de las costumbres y tradiciones de nuestra gente.
Los caminos al sur del Bío- Bío se caracterizan por la presencia de costumbres y tradiciones nacidas en el seno ancestral del pueblo mapuche y de quienes vinieron a poblar estas tierras y se quedaron para siempre, sembrando y cultivando un modo de identidad chilena con rasgos netamente regionales que, se integran perfectamente en el acervo cultural nacional. Junto al ceremonial del Nguillatún, viven los sentires de los campesinos expresados en el danzar de nuestra cueca chilena, en los torneos campesinos, en la afición por las peleas de gallos, o en los oficios de hachero en medio del bosque de Nahuelbuta o bien, en las historias y leyendas del siniestro cuero, el deforme y tenebroso imbunche y el volador chonchón.
Cruzando el canal de Chacao, nos encontramos con un pueblo que ha sabido mantener vivas y latentes las costumbres y tradiciones heredadas de sus mayores; la música, el canto, las comidas, el vestuario, las historias, mitos y leyendas, nos hablan del lugar de gaviotas y de Huilliches; de barcos fantasmas, de princesas encantadas, del trauco y del pincoy; de camahuetos y de largas noches de invierno junto al fogón entre recuerdos y nostalgias. Los caminos de Chiloé nos llevan por senderos de curantos, milcaos, chapaleles, chochocas, licor de oro y majas de manzana; de ponchos de lana, tejuelas de alerce y las centenarias mingas de tiradura y traslado de casas. Los canales nos adentran en la fiesta del espíritu de la religiosidad popular del pueblo chilote, expresada en el encuentro de las bandas de pasacalles, el batir de las banderas de los señores fiscales, de los ruegos y oraciones de los fieles devotos al Nazareno en la isla de Caguach.
Entre fierdos y canales, avanzamos por los caminos de la patagonia chilena; tierra de rancheras y chamamé, de polcas y paso doble; de churrascos y asados al palo de chivos y corderos; es el compartir el mate amargo junto a los fogones o en la inmensidad de la pampa mientras se descansa, antes de llegar a la estancia. Esquilas y jineteadas, paliaduras, marca y señalada, orientan el rumbo de la tradición. Aysén y Magallanes, costumbres y tradiciones al sur del sur, apenas abrigadas por el viento, la lejanía y la soledad.
Y más allá, lejos del continente, en medio del pacifico, una Isla nos habla de una manera de ser auténticamente local; nos acercamos en las manos del Kai-Kai, conocemos de los rituales del Manutara y del culto al Hombre Pájaro o Tangata Manu en la fiesta de las fiestas: la Tapati. Costumbres y tradiciones totalmente vigentes y que recién estamos descubriendo. Junto al Rano Raraku, se guardan celosamente historias, mitos y leyendas, vigiladas bajo la atenta mirada de los Moais, verdaderos custodios del mar y del pueblo de Rapa Nui.
Por los Caminos de Chile, un recorrido de sur a norte, de la cordillera a más allá de las olas, para encontrarnos con la savia del pueblo chileno, con su alma y espíritu. Expresiones que recorren nuestra geografía, comunicándonos con las costumbres y tradiciones que viven en el corazón de Chile y su gente.